5/5/2008
VIDA DE PERROS
No crean que lo que les voy a relatar es descabellado y que tal vez se deba a algún estado febril; señores nunca he estado más lúcida que hoy.
Un día estaba sentada en el corredor de la casa, allá en la tierrita que tenemos al pie de loma de la cordillera Central, divisando el camino “rial”, como le dicen los campesinos.
Por ese camino y en polvorosa carrera, como alma que se lleva el diablo, venía bajando un perrito criollo, de pelo blanco con manchas negras, o sería negro con manchas blancas, ya ni lo recuerdo, lo cierto es que el pobre animal, asesando llegó hasta nuestro patio, paró en seco y, arrastrándose se me metió por debajo de la portada. El perrito reparó en que lo estaba observando desde el escaño donde estaba sentada y con su mirada inteligente me pidió permiso para permanecer allí. Se quedó de frente, atisbando callejón arriba y mirándome con esos ojos de susto que casi se le salían de las órbitas. De pronto ocurrió algo extraño que al día de hoy no he logrado explicarme: cada vez que el animalito me miraba yo entendía esa miraba como palabras que me llegaban al cerebro y que decían “qué vida de perros tienen mis amos”. En ese sonsonete trancurrieron unos cuarenta minutos.
Unas horas antes había visto subir un carro de la Policía Nacional lleno de agentes y como en nuestro país es tan “normal” la inseguridad, así mismo son muy normales los operativos de la fuerza pública, por tanto no reparé en ese evento.
Seguí pendiente del perrito conversador, que ya había tomado aire y ya muy relajado se había echado y, en medio de lastimeros gemidos me contó que en la casa donde vivía, allá arriba, en la montaña, había un laboratorio de procesamiento de sustancias ilícitas, que sus amos eran una pareja de ancianos que habitaban la casa pues fue ese el único sitio donde les dieron posada. Me dijo que hacía algunas horas habían llegado unos policías a la finca pero que los trabajadores del laboratorio mediante una llamada recibida en uno de los celulares habían sido informados de la muy próxima visita de los agentes, que esa alerta les sirvió para echarse a rodar por las faldas del terreno, y que por desgracia, sus amos, la pareja de ancianos, no fueron avisados del operativo pues ellos representaban para los delicuentes solo un estorbo a la hora de escapar, por las limitaciones físicas debidas a su edad, además, a los jóvenes delincuentes poco les importaban esos pobres viejos, solo los consideraban desechables. Así el perrito volvía a repetir su cantaleta de lamentos "vida de perros la que tienen mis amos”.
La retahíla del perro era interminable. De pronto suspendió el cuento, se levantó, paró las orejas, miró callejón arriba, barruntando el aire. Observé entonces que por el camino “rial”, venía bajando, a pie, un tropel de personas y policías.
Del grupo sobresalía la pareja de ancianos de la que me había platicado el animalito, eran ellos quienes encabezaban la marcha, venían esposados, llorosos y amilanados. Cruel caminata para esos viejos, pues desde donde yo estaba hasta el sitio donde los aprehendieron hay unos cuarenta minutos aproximadamente. La acongojada mascota se unió a los caminantes que, en conjunto, parecía un cortejo fúnebre. Así, se fueron callejón abajo y no volví a saber del perrito ni de los pobres viejos.
Este es el pan nuestro de cada día en nuestro país. Idiotas útiles son todos los indefensos que, al único que tienen para que se conduela de ellos es a su perro fiel, su verdadero amigo.
¡Ah vida de perros la que tienen muchos amos!
Ana Lucía Montoya Rendón
Abril del 2008
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