Descubre la extraña aficción de Kiyoko, una divertida joven que a veces se le desata un hambre atroz.
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Amantis.
Kiyoko es una joven veintañera que vive en Tokyo. Trabaja en una peluquería en Shibuya y muchas veces hace el turno de noche que empieza a partir de las 00.00. Tiñe, peina y corta el pelo de las chicas y los chicos que van a salir a bailar o al karaoke y se divierte subiendo a Instagram alguno de sus peinados más inspirados. Cuando acaba de trabajar a las cinco o seis de la mañana coge algo de comer en algún puesto callejero y sube al pequeño apartamento en el que vive sola, acompañada unicamente por tres pequeños peces tropicales que dan vueltas sin parar en una diminuta pecera circular. Después de pasar un rato en Mixi o Gree y jugar a algún videojuego se echa en la cama y duerme hasta el mediodía. Al despertarse y después de desayunar, se pasa un par de horas eligiendo de su armario la ropa que llevará ese día, se maquilla con llamativos colores rosas, violetas y azules hielo y adorna su pelo y ropa con toda clase de abalorios de plástico que imitan enormes zafiros y gemas. En la calle se encuentra con su grupo de amigas, vestidas con distintas combinaciones de vívidos colores y pasa el resto del día yendo a ver tiendas de ropa de segunda mano, haciéndose fotos o riéndose de forma despreocupada.
Cuando se acerca la noche vuelve a casa, se desmaquilla, se pone la ropa de trabajo, da de comer a sus tres pequeños peces y sin prisa coge el camino a la peluquería donde, de nuevo, volverá a teñir, cortar y peinar a los chicos y chicas que saldrán esa noche. Y así pasan los días. Kiyoko es feliz y le gusta su vida.
Pero a veces a Kiyoko le entra un apetito incontrolable de hombre. Al principio intenta dominarse dándose largas duchas, a veces frías, que le ayuden a aminorar esa intensa sensación y si eso no es suficiente ordena los armarios y cajones o limpia todos los pequeños rincones de su diminuto apartamento. Muchas veces le ayuda a superar el trance observar a sus tres peces tropicales dar vueltas durante horas de forma pausada y cíclica. Sin embargo, en algunas ocasiones, da igual lo que haga o cuanto intente resistirse por que el enorme vacío que le oprime el bajo vientre le hace sucumbir y empezar la búsqueda. Comienza eligiendo alguna prenda ceñida y corta, que aunque no sea de su gusto sepa que va a atraer a los hombres. Luego se maquilla, pero no del mismo modo que cuando sale con sus amigas si no de manera mucho más sutil, intentando parecer dulce pero sexualmente receptiva. Por último se pone unos tacones altos y llama a un taxi para que la lleve a la zona de los clubs. Cuando llega a un local apropiado busca el sitio más tranquilo y tomándose alguna bebida sin mucho alcohol espera distrayéndose con su teléfono móvil, a que caiga la presa. Esto suele ocurrir con relativa rapidez así que siempre puede rechazar a uno o dos borrachos sudorosos antes de decidirse por uno que le parezca adecuado. Una vez seleccionado el individuo en cuestión se toma un par de copas más con él, para asegurarse de que sea inofensivo, y le propone subir a su casa. El hombre suele recibir con asombro la proposición tan directa y éste, entre sonrisas nerviosas, acepta y paga la cuenta. Ya en el taxi comienza el jugueteo, al que ella se entrega con despreocupada desinhibición, de forma que cuando llegan al apartamento muchos de ellos están tan excitados como un animal en celo. Entonces se acuesta con ellos. Se muestra sumisa si cree que es lo que desean o agresiva y dominadora si siente que eso les excita. No pone límites a ninguna petición y se abandona totalmente a los deseos de su compañero de jadeos y sudor. Deja que le rompan la ropa, si así lo desean, o que la sodomicen con algún objeto improvisado. Nada importa con tal de aplacar el intenso vacío del bajo vientre..... Por que cuando finalmente, estos eventuales amantes anónimos, se abandonan al éxtasis del orgasmo sabe que están en sus manos y el vacío comienza a convertirse en calor y un escalofrío ardiente recorre todo su cuerpo hasta llegar a la mandíbula. Entonces saca un afilado punzón escondido de forma disimulada entre la sábanas y se lo clava en la base del cuello seccionando la médula espinal. En ese instante el cuerpo del hombre, aún presa de los espasmos de placer, se detiene y flojea hasta quedar inerte. Todavía arrobado por la intensidad del orgasmo, el pobre diablo no sabe que acaba de quedar paralizado de cuello para abajo y cuando, tras unos instantes, empieza entender lo que esta ocurriendo su ojos bobos de animal en celo pasan a ser los de un cervatillo que acabara de ver a un enorme lobo. Ella no tiene prisa, ya no pueden hacer nada para huir y tras introducirles alguna prenda en la boca que les impida gritar, comienza, muy lentamente su festín.
Primero empieza por los dedos de los pies. Los corta uno a uno y los devora uno a uno. Los mastica hasta deshacerlos en una pulpa que pueda tragar. Luego se come los dedos de las manos, que gusta más de arrancarlos directamente de ellas En este momento muchos se suelen desmayar y cuando vuelven a despertarse piensan que aún siguen soñando, inmersos en una extraña pesadilla, pero el dolor les recuerda que no es así. Lo siguiente son los genitales. Los separa con una cuchilla lentamente y, ayudándose de un torniquete para evitar la hemorragia, los come ante la mirada aterrorizada del hasta hace poco amante apasionado. Luego sigue con los labios, una de sus partes favoritas, tan blandos y carnosos que al morderlos sueltan un delicioso jugo rojo como si fueran una golosina. La lengua también la disfruta enormemente ya que al no verse afectada por la parálisis se retuerce mientras le arranca pequeños trozos a mordiscos. Es una parte muy divertida y a veces no puede contener una dulce risita mientras intenta atrapar al huidizo músculo bucal. Los ojos, son lo que más disfruta. Le gusta mirarse en ellos, reflejada como en un espejo, durante unos instantes antes de, ayudada por una cucharilla, sacarlos de sus órbitas y morderlos hasta que estallan en su boca, llenándola en ese momento de un sabroso líquido blanquecino. Luego mira las cuencas vacías y siente que sigue ante un espejo que refleja una abismo reconfortante. Cuando la víctima ya se ha desmayado definitivamente por la pérdida de sangre, afeita la cabeza y haciendo una incisión no muy grande, devora el cerebro con la pequeña cucharilla. El proceso en total suele alargarse durante cuatro horas, tras lo cual recoge y limpia todo, trocea el cuerpo para ir devorándolo durante las siguientes semanas y se echa a dormir plácidamente. Cuando se despierta se pone su ropa de trabajo y sin ninguna prisa se dirige a la peluquería donde tiñe peina y corta el pelo a las chicas y chicos que van a bailar y cantar al karaoke.
Comentarios
Brutal!!! Que historia mas morbosa y desagradable...y que bien narrada.Felicidades.