TRAUMATROPO cuenta la historia de un niño que no puede salir de casa y que vive solo con su desequilibrada madre.
En SINISTRUM encontrarás las mejores historias de miedo: posesiones demoniacas, misterio, fantasmas, sucesos paranormales, polstergeist, miedo, crímenes truculentos, espíritus, brujas, vampiros, cadáveres. Todo lo siniestro y terrorífico. Relatos inspirados en cuentos de Edgar Allan Poe. Todo ello se da cita en esta serie de terroríficos relatos que no te dejarán indiferente. Apaga las luces, sube el volumen de tus altavoces y disfruta...si puedes.
Traumatropo.
Había una vez un niño que vivía con su madre en una pequeña casa a las afueras de una gran ciudad. Vivían solos desde que el padre los había abandonado un tiempo atrás. La madre, había comenzado a padecer una depresión y apenas ponía un pie fuera de la casa y salía solo una vez al mes para comprar comida y provisiones en el supermercado más cercano.
El niño, apenas salía de casa y muchas tardes se quedaba observando por la ventana como los otros niños, muchos de ellos compañeros de colegio, jugaban después de las clases en un parque que, apenas a 100 metros, había frente a su casa. Algunos de los niños, sabiendo que su compañero y la madre de éste apenas salían de casa, empezaron a inventar historias que les contaban a lo más pequeños para asustarles. Hablaban de niños secuestrados, cortados en trozos para hacer sopas y caldos. También hablaban de una bruja que, ayudada por su hijo fruto del incesto, usaba a niños pequeños, casi bebés, para hacer extraños rituales demoniacos. Los mayores se retaban unos a otros a internarse en el jardín de la pequeña casa para demostrar su valentía, toda vez que éste y debido a que la madre apenas le dedicaba atención, comenzaba a tener un aspecto descuidado y terrorífico. Los juegos terminaban cuando la silueta alargada y negra de la madre se asomaba por la ventana y corría las cortinas para evitar miradas curiosas.
También el interior de la casa sufría los estragos de la falta de cuidado y dado que las ventanas permanecían cubiertas casi todo el día había ciertas partes de la casa que el niño había dejado de visitar por miedo. Había una habitación en concreto, que permanecía siempre cerrada que le producía una especial desazón. Sentía que en aquella habitación había alguien (o algo) que abriría la puerta y que le arrastraría a la oscuridad de aquel horrible cuarto.
En aquella habitación solía pasar muchas horas la madre del niño y cuando entraba en ella solía arrastrar un viejo carrito metálico lleno de ungüentos, medicinas y sopas. Pero no sólo durante el día pasaba tiempo la mujer en aquella habitación. El niño, que dormía junto a la madre en la enorme cama de matrimonio desde que el padre se había marchado, podía ver como su madre, en la hora más oscura, vestida solo con el camisón, se dirigía a la cocina y comenzaba a preparar todos aquellos remedios y ungüentos y una vez listos cogía una llave que tenía guardada en un cajón y arrastrando el carrito de ruedas se dirigía a aquella habitación que tanto le aterraba. Cuando la puerta se abría, el niño sentía que el terror paralizaba todo su cuerpo y entonces su madre, dibujando una extraña sonrisa en su rostro, pasaba al interior de la oscura estancia. El niño volvía a la cama y se escondía entre las sábanas hasta que, horas después, sentía como su madre volvía a tumbarse y mucho más tranquila se quedaba profundamente dormida.
Pero una de aquellas noches el niño se armó de valor y tras comprobar que su madre continuaba dormida se levantó de la cama y fue a la cocina. Buscó en el cajón la llave que abría la puerta y se dirigió a aquel cuarto que tanto le asustaba. Introdujo la llave y tras abrir el cerrojo empujó muy lentamente la puerta. El niño entró en la habitación, que permanecía totalmente a oscuras, y la observó intentando distinguir alguna forma. Finalmente, una vez que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, pudo ver que en el centro de la misma había una cama. Empezó a acercarse lentamente y a medida que lo hacía pudo ver que alguien dormía en ella. Alguien más había estado viviendo con ellos durante todo este tiempo y por su postura seguía durmiendo bajo las sábanas. Continuó acercándose pero se detuvo en seco cuando de repente su madre entró en la habitación arrastrando aquel pequeño carrito de metal. Se quedó paralizado por el miedo. ¿Qué haría su madre? ¿Se enfadaría por haber entrado sin su permiso? Pero su madre paso a su lado como si no existiera y al hacerlo el tintineo de los tarros de cristal y los cubiertos inundó la habitación como música que emergiera de un sueño olvidado. La madre descorrió levemente las cortinas y algo de luz baño las paredes de la habitación. Y entonces un vago recuerdo vino a la mente del niño, no era la primera vez que estaba en aquella habitación. La madre se sentó en el borde de la cama y comenzó a acariciar al niño que aún dormía.
-Despierta cariño, que ya es de día. Te he traído una sopa caliente para que te sientas mejor. Tómatela y verás como dentro de poco tus pulmones se curan y podrás volver a salir a la calle a jugar con tus amigos. Despierta cariño, no sigas durmiendo. Despierta por favor. Despierta. ¡Despierta!
La madre comenzó a llorar, al principio casi en silencio pero progresivamente su llanto lastimero se fue convirtiendo en un llanto seco y desolador...
El niño observaba la escena aterrado. Era él, el niño que dormía plácidamente en aquella cama, era él, pero sus ojos, su piel y su pelo eran los de un cadáver que llevaba meses descomponiéndose.
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