El logro de las élites es la legitimidad del poder que ostentan. Es un grave error, porque con el poder legitimizado, se obliga al desarrollo de un sistema de vida, donde se manifiesta el derecho de mandar y por consiguiente, se exige la obligación de obedecer a la masa de gobernados. Así, el gobernado, sumiso a esa legitimidad del poder, parte de una afirmación, creyéndose saber diferenciar lo legítimo de lo ilegítimo; porque es donde cree encontrará bondad, justicia y equilibrio en las acciones y leyes que emanen de esos poderes. Los gobernados, no le queda otra opción que creerse que son ellos mismos los que determinan qué clase de poder debe gobernarles e igualmente creen saber el grado de legitimidad que posea ese sistema de gobierno. Esas creencias de legitimación de los poderes; claro que…, cada poder barre hacia sus propios intereses, generando una serie de fragmentaciones entre ellos mismos, pero continúan, legitimados. Al tiempo que las masas de los gobernados, son fragmentadas por mismas corrientes divisorias de intereses provinentes de las élites, creyéndose apoyadas, si se arriman a éste o aquel poder. Observen qué clase de avispero no se tiene originado con los sistemas de legitimidad de poderes. Cuando, en verdad, todo cuanto origina división, desigualdad, es absolutamente ilegítimo. Nos podemos hacer una idea, en manos de cuantas ilegitimidades, venimos cayendo.
Cuando se legitima un poder, ese derecho de gobernar, se hace difícil de cuestionarlo, porque está consentido legalmente; ¿en manos de quienes se encuentran la redacción de leyes y su ejecución, sino de propios poderes?; presumiblemente, desde ahí, aflora su incumplimiento, de manos de propios poderes. Cuando los poderes se van fragmentando, y ninguno quiere perder su hegemonía, ¿creen que las leyes que van confeccionando son para los gobernados o más bien, para regularse entre ellos mismos los gobernantes?; ¿el gobernado qué clase de legislación necesita, si ya se le impone la ahorcaja de obedecer y trabajar? Esa autoridad legítima, se agarra a toda clase de procesos y genera todo tipo de coaliciones, a fin de mantenerse como élite gobernante. ¿Qué le son más importantes a las élites, el poder o el pueblo?; porque los medios que emplean para agarrarse al poder, no importa lo que cueste, se paga y con creces; claro, con los caudales públicos; pero, ¿y si se agarraran, en esa misma ferocidad, a las soluciones prácticas de las problemáticas de los gobernados, que generalmente, dichas dificultades, proceden de mano de los desaciertos de los gobernantes? La autoridad, por muy legítima que ésta sea, no guarda relación a que se vea en el derecho de que un humano, gobierne y mande sobre otro. El solo hecho de que una persona se arrope y subyugue ante otra que considere su líder, por muy carismático que se le tenga, esa persona pierde su propia legitimidad, como ente individual y autogobernable. Nadie puede gobernar a nadie, en una línea de legítima igualdad. Ningún sistema de gobierno, ningún sistema político por muy legitimizado que esté, puede aportar valores de equidad ni de justicia, porque ya está incumpliendo un principio natural de igualdad, como es mandar unos sobre otros. Y en esas correrías de haber quien puede más que el otro, no se encuentra nada legítimo; al contrario, se revaloriza el todo vale.
---Resto de trabajos. Gracias por divulgar---https://www.ivoox.com/escuchar-juan-galan_nq_190805_1.html
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Comentarios
¿Quién concede los garantes de legitimidad para que haya poderes y esos poderes manden sobre los mandados?, es decir, gobierne sobre los gobernados; ¿el ciudadano soberano va a querer que manden unos sobre otros?, es decir, ¿el populacho, en su soberanía, va a buscar a quienes les gobierne y siembre la desigualdad? Por cierto que no, por mucho que nos pretendan hacer tragar lo contrario. La procedencia verdadera de esa inventada legitimidad, para que esa élite mande y posea un poder, parte del mismo flujo elitista, no del pueblo soberano. Nos hacen creer que el parangón de las libertades, de la justicia, de la igualdad, se encuentra en el régimen de gobierno democrático; porque se ve fundamentado el consentimiento de los gobiernos, mediante la aprobación de esa legitimidad, con la aprobación del poder. Volvemos de nuevo a pisar sobre mojado, ¿el pueblo es el que elige que exista poder y quién o quienes han de ejercitarlo, y como y cuando deben ejercerlo? Teóricamente queda hasta bonito que el ciudadano, pueda adoptar las leyes y sistemas constitucionales que desee; pueda elegir sus propios representantes y líderes; pueda aprobar la periodicidad de procesos electorales para mostrar su acuerdo o desaprobación hacia el sistema político. ¿De verdad que el ciudadano puede hacer todo eso?, pero si él mismo es el propio líder, ¿qué necesidad tiene de dejarse reemplazar por nadie? En todo éste juego de controversias, entre lo que hay, haciéndonos ver que es así; y la realidad de lo que debiera ser; cuanto más infectos estemos por ese juego de mecanismos y estructuras implantadas, mayor será nuestra implicación con cuanto hay y mayor nuestro rechazo, a otras formas y maneras, que aún siendo veraces y naturales, simplemente, no interesan. Pero no olvidemos que la erradicación de los liderazgos, de los mandos y poderes, no interesa a los que van subidos en el carro; aquellos otros que no cesan de tirar de él, cuanto más agachen la cabeza por agotamiento, por comodidad, por miedo; más amaestrados se encontrarán, para aceptar lo que hay, sin más cuestionarse ni mareos que valga; más cegados caminarán por la propia polvareda del camino. Fíjense la importancia de aprender a caminar erguidos, pero con naturalidad, si lo que buscamos es encontrar nuestro adecuado autogobierno, que es en sí la verdadera condición de todo ser, puesto que, como repito, nadie puede mandar sobre nadie; pero sí debe ser corresponsable consigo mismo en todo. Además, de la misma manera que el ciudadano, a fuerza de obedecer y ser gobernado, asiente como que es eso lo genuino. La élite, poder o gobierno, no solo logran quitarle legitimidad al ciudadano, sino que, entre sí mismos, se ven que se encuentran en esa elevación de gobernantes, como un algo sublime, como un derecho divino. Todas esas fuentes de legitimidades divinas que podemos encontrar a lo largo y ancho de la historia, la tenemos hoy día implantada en nuestros días, de tanta industrialización y modernismos; el derecho o legitimidad divina, posee el nombre de…, democracia. ¿Qué democracia no se precia como lo más de la legitimación?, pero, siguiendo en ese mismo orden de erróneas legitimidades, ¿qué régimen, no reconocido como demócrata, se pueda considerar como ilegítimo?; es decir, que los propios regímenes no democráticos, se consideran de la misma forma, sistema legitimados, tanto e igual como los democráticos. Es como preguntarnos, ¿qué poder se rechaza a sí mismo como poder?, ¿qué sistema de gobierno, se puede tachar así mismo, como ilegítimo?; volviendo de nuevo a la sustancia de los valores, ¿qué puede pintar el ciudadano soberano entre tanta disputa de poderes? No se si será mandato del cielo, ya que hablamos de élites y poderes divinizados, pero lo cierto es que el ciudadano es el único poder, que sin poderes, es el auténtico soberano; y sobre un soberano, como podrán comprender, no puede existir poder alguno, por muy divinizado que éste se encuentre. Observando cada uno de los pasos que estamos viendo, se nos hace alarmante conocer, ¿cómo las personas son, a diario, arrastradas, arrodilladas y desprotegidas en esa consumada situación de poderes, que no cesan de utilizar los mandos de cualquier color? La fuente de legitimidad de esos obligados poderes que pululan por todas partes, como si fueran algo necesario, nos enseñan y manifiestan que yacen desde la mano y voz del mismos ciudadano soberano. ¿Cómo un ciudadano soberano, puede mandar a nada ni a nadie que su verdadero poder de soberanía quede relegado y vaya destinado a manos de otros que decidirán cómo distribuir esos poderes? El que ostenta el poder, hoy día y a lo largo de la historia, vemos en cada una de las investigaciones científicas psicosociales realizadas, que se adueña de ese mando y convirtiéndose en élite dominante, emplea a sus gobernados, para que les sirva de la manera más ecuánime, según sus propios criterios, a fin de mantenerle esa postura de mandatario. La legitimidad de un gobierno, en acciones prácticas, lo determinan las élites económicas, que son las que en verdad, dominan al resto de poderes, incluidas las del estado. Es más, se hacen visibles, como si fueran la primera necesidad de movimiento económico de un país, relegando por completo, a la principal fuerza, en todos los aspectos, incluido ese, el económico, como es el trabajo del individuo y de la familia, como primera y principal fuente de riqueza. En ese juego de intereses, las determinaciones gubernamentales, legislativas y judiciales quedarán en manos esas élites económicas. No enseñemos que es el pueblo soberano el que libremente elige al gobierno; porque en realidad, como vengo manifestando, quien lo determina, son los poderes económicos. Todo cuanto hace el poder económico es para su propio provecho; ese es el verdadero origen del porqué el pobre es más pobre, por mucho que trabaje, y el rico es cada vez más rico, por muchas crisis que éstos provoquen. -obras para pensar y abrir conciencia- ---Resto de trabajos. Gracias por divulgar---https://www.ivoox.com/escuchar-juan-galan_nq_190805_1.html ---y en formato de obra escrita, de acceso gratuito, desde UNIVERSAL GLOBAL DE EDICIONES en www.universalproyecto.org y en www.escuelaabierta.eu