Javier Garcia Isac y Pedro Fernández Barbadillo entrevistan a Pio Moa que acaba de publicar un nuevo libro, "La Reconquista y España", para analizar con el historiador la importancia de este periodo como fundacional de nuestra nación y desmentir las falsedades que propagan las corrientes revisionistas.
CITA CON LA HISTORIA 08/06/2018 La Reconquista, ¿existió o no existió?
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Desde que Ortega y Gasset puso en duda la existencia de la Reconquista se han sucedido diversas polémicas e interpretaciones: desde la negación de la invasión islámica hasta la lamentación por la derrota de la «España musulmana», pasando por el mito de las «tres culturas» o la denegación del carácter español a hispanorromanos y visigodos, entre otras muchas ideas y enfoques.
En este estudio, el autor expone, sobre el fondo de la evolución europea y mediterránea, los cambios políticos, militares y culturales en España siglo tras siglo. Difiriendo entre tensión y antagonismo, explora la constitución de varios estados cristianos y las tensiones integradoras y disgregadoras entre ellos, las diferencias entre el programa político y el religioso o la conversión de Aragón en una potencia naval mediterránea, y de Castilla en la primera atlántica mucho antes del descubrimiento de América, así como otros aspectos no siempre atendidos por la historiografía.
Este libro demuestra que, a pesar de las muchas interpretaciones sobre la Reconquista que se han realizado, hay cabida todavía para agudas e incisivas perspectivas como las que Pio Moa nos ofrece en este documentado ensayo.
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Trece tesis sobre la Reconquista. “Olvidos” en torno a la Shoah
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Pequeña modificación. Ustedes dirán qué les parece:
El término “Reconquista” describe adecuadamente un proceso en cuyo curso un país perdió su cultura y nacionalidad por una invasión y la recobró tras una muy larga lucha armada, política y cultural.
La reconquista española es un fenómeno en varios aspectos único en la historia de Europa, incluso del mundo, por lo que se hace difícil estudiarlo a partir de ejemplos o reglas generales. No obstante participó, con todas sus peculiaridades, en los grandes movimientos culturales que conformaron Europa: el monasticismo, el románico, el gótico y el humanismo
La Reconquista no puede entenderse sin el previo reino hispanogodo creado por Leovigildo y Recaredo: su recuerdo, invocación y legado cultural sirvió permanentemente como legitimación e impulso a la lucha. Así, la Reconquista no construyó España, sino que la reconstruyó.
Con la invasión islámica y la resistencia, tomaron forma en España dos naciones que eran realmente dos mundos distintos y antagónicos en todas las facetas de la cultura: religión, idioma, política, economía, estructura social, música, vestimenta, culinaria concepción de la familia, de la mujer, de la personalidad, del estado y de la guerra… Por más que un contacto tan prolongado entre españoles y andalusíes ocasionara ciertos préstamos mutuos, estos fueron poco numerosos y predominó una intensa hostilidad mutua.
En la cultura de élite o alta cultura, los árabes superaron a los españoles (y en general a los europeos) hasta el siglo XII-XIII, cuando Al Ándalus se estancó, tomando España la delantera a partir de las universidades. En cuanto a la cultura popular, nunca hubo superioridad andalusí sino todo lo contrario, medida por los criterios hoy más aceptados
Tiene poco o nada que ver con la realidad la extendida idea que hace de Al Ándalus, en particular el emirato-califato de Córdoba, un paraíso de libertad, tolerancia y progreso. Fue siempre un estado despótico no solo sobre los cristianos y judíos, sino sobre los mismos conversos indígenas o muladíes, apoyado en un ejército de extranjeros y esclavos, en guerra civil casi permanente e ignorante de la libertad personal, característica en cambio de los hispanos.
Otro rasgo del proceso fue la tensión entre el desarrollo a partir de la legitimidad y del legado hispanogodo, y las influencias transpirenaicas, fundamentalmente franco-papales. Esa influencia enriqueció culturalmente a los reinos hispanos, no sin algunos costes importantes, pero políticamente perturbó a menudo las tendencias unitarias, por ejemplo retrasando la incorporación de diversos condados a la Reconquista o provocando la secesión de Portugal, reforzada después por Inglaterra. Es lo que he simplificado como “tensión godo-franca”
La Reconquista tuvo dos vertientes: religiosa y política. Si bien estrechamente unidas, no fueron lo mismo. La faceta religiosa, compartida por el resto de la cristiandad, solo implicaba la expulsión del poder islámico, aunque el resultado fuera una dispersión de estados cristianos. La política perseguía la restauración de una nación extendida sobre la península e interesaba exclusivamente a los españoles. De ahí que política y religión interfirieran a veces entre sí.
Pese a la común identificación como españoles y godos, las contingencias históricas impusieron muy pronto una división entre la España cantábrica, muy dinámica y expansiva, y la pirenaica (Marca Hispánica, sobre todo los condados orientales), más ensimismada durante tres siglos debido a la tutela franca. Tomaron forma así varios estados, empezando por Asturias, luego León, Pamplona y Aragón, más tarde Portugal. Finalmente Castilla cobró mayor protagonismo encabezando una corona que englobó a León, Galicia, Andalucía y reinos menores.
No parece aceptable el aserto orteguiano de que “Castilla hizo a España y la deshizo” ni el de Sánchez Albornoz de que “España deshizo a Castilla”. Castilla culminó una tarea empezada mucho antes y heredó el papel de León, compartió la tarea con Aragón y otros, y con muchos matices. El Camino de Santiago fue también un elemento clave. En los dos últimos siglos la corona castellana llegó a ser la principal potencia peninsular en extensión, población, auge cultural y riqueza, y de ahí su hegemonía.
Debido a los intereses particulares creados en los diversos reinos, brotaron entre ellos hostilidades, a veces bélicas. La Reconquista no fue solo una historia de lucha con el islam, sino también de una continua tensión entre impulsos disgregadores y reunificadores, pudiendo haber prevalecido los primeros y quedar España como un mosaico de pequeños estados débiles, enfrentados y objeto de maniobras de potencias exteriores. Que finalmente no fuera así, salvo el caso de Portugal, se debe por una parte a la persistencia del ideal de reconquista y por otra a la excepcional constancia y habilidad política de los Reyes Católicos.
De algún modo la Reconquista permitió una acumulación de energías sociales que encontraron su expansión creativa con los Reyes Católicos. Así se inauguró el “siglo de oro” (más de siglo y medio realmente).
La negación o denigración de la Reconquista guarda una relación estrecha con las tendencias separatistas en algunas regiones y favorables al separatismo en el conjunto nacional. Suponen una extraña atracción por situaciones caóticas semejantes a las que vivieron los reinos españoles inmediatamente antes de los Reyes Católicos.
La Reconquista, ¿mito o realidad?
http://www.piomoa.es/?p=5964
En 711 una invasión procedente de África empezó a transformar profundamente el panorama político y cultural de la Península Ibérica. Hasta entonces Hispania o Spania, era un estado de religión cristiana, lengua y derecho latinos, integrado en la civilización eurooccidental como uno de los reinos más consolidados surgidos del derrumbe del Imperio romano de occidente. A partir de entonces se iría imponiendo una nueva cultura: religión islámica, lengua árabe, derecho musulmán o sharia e integración en una civilización asiático-africana. España desapareció para convertirse en Al Ándalus.
No era la primera vez en la historia en que la Península ibérica, por su situación geográfica, estuvo muy cerca de entrar en el ámbito africano-oriental. Lo mismo había ocurrido cosa de diez siglos antes durante las guerras entre Roma y Cartago. La península había quedado incluida en el área de influencia de Cartago, una potencia justamente africana-oriental, y de no ser por la victoria de Roma en la II Guerra Púnica su destino habría sido muy otro que el que conocemos. La disyuntiva quedó resuelta entonces con bastante rapidez, aunque después le costase a Roma largos y penosos esfuerzos por imponerse en Iberia. Y esa disyuntiva que, por simplificar, podríamos definir como “o África o Europa”, volvió a plantearse a principios del siglo VIII con la invasión musulmana, de apariencia definitiva.
España, pues, desapareció, pero no del todo. Muy pronto surgieron en las regiones más inaccesibles del norte de la península reductos que reivindicaban, desde el principio o desde muy pronto, la España “perdida”. Y cerca de ocho siglos más tarde, los descendientes de aquellos rebeldes del norte tomaban el reino de Granada, último bastión islámico en Iberia. La lucha había sido muy prolongada, llena de altibajos y alternativas, períodos de paz y de guerra abierta, y finalmente la península volvía a llamarse España, con una cultura cristiana, romana e integrada en la civilización eurooccidental. Dadas las circunstancias de aquella larga pugna, lo más probable habría sido que la derrota del islam se hubiera acompañado de la dispersión de la península en varios estados y naciones poco amigas entre sí, al modo de los Balcanes. Pero terminó unida, con la excepción menor de Portugal, lo que no deja de ser un dato revelador, aunque sorprendente.
A ese largo proceso se le ha llamado Reconquista, y el nombre ha originado un sinfín de discusiones. Muchos han puesto en duda la existencia de tal cosa, tachándola de “mito”. Ortega y Gasset, por ejemplo, dice que un proceso tan largo no puede ser llamado Reconquista, aunque no explica por qué su duración lo invalidaría. Otros (Olagüe) niegan incluso la realidad de una invasión islámica suponiendo que una gran masa de españoles se habría convertido pacíficamente al islam. Otros insisten en que lo que realmente hubo fue la formación de varios reinos “cristianos”, en general enemigos entre sí y sin la menor idea de un propósito común de volver a formar España. Los historiadores Barbero y Vigil han sostenido que los reinos cristianos no reconquistaron nada, sino que utilizaban el recuerdo del reino visigodo para inventarse una legitimidad ficticia. De hecho, en numerosos departamentos de historia, y entre políticos y periodistas, el término “Reconquista” es denostado o incluso prohibido a los alumnos. Recientemente Peña, un catedrático de historia, ha sostenido que el término Reconquista es ilegítimo porque no se usó en la época sino a partir de principios del siglo XIX, para legitimar la ideología de una nación antes inexistente. Así, critica a Sánchez Albornoz por decir que Pelayo empezó a fundar la nación española, cuando no existía entonces la noción de España como unidad política, y menos como noción de patria. Para colmo de males, Franco habría utilizado el término nefando, lo que acabaría de desacreditarlo. En resumen, la Reconquista habría sido un mito “nacionalista”, incluso “franquista”, “y sin utilidad alguna para analizar el pasado medieval. Es hora de que le confinemos al lugar que le corresponde: al rincón de los fósiles culturales, donde duermen los mitos gastados el sueño de sus mejores -o más inquietantes- recuerdos”.
Dejando aparte a Olagüe, que se basa en interpretaciones un tanto peregrinas y sin sustentación documental, el fondo de todo el debate puede concretarse en este punto: ¿es el término Reconquista adecuado para definir un proceso histórico? Los hechos indiscutibles son que antes de la invasión árabe la península estaba ocupada por un estado europeo, cristiano, latino, etc; que durante un largo tiempo fue sustituido por otro radicalmente distinto, Al Ándalus; y que finalmente Al Ándalus fue derrotado y expulsado de la península por unos reinos que se consideraban españoles y reivindicaban con más o menos claridad el reino hispanogodo anterior. Y que este proceso se dirimió fundamentalmente por las armas. ¿Cabe llamar reconquista a este proceso? Obviamente sí, se haya inventado antes o después (también se llama Edad Media a una larga época que nunca se llamó así cuando existió, por ejemplo). Pueden buscarse otros términos, como “reeuropeización”, “recristianización”, “relatinización, “recuperación”… pero son menos expresivos y no implican el carácter bélico del fenómeno: a la larga, la victoria de los reinos españoles y finalmente de España, implicaba la desaparición de Al Ándalus, y viceversa.
Una historiografía especialmente mediocre ha gastado enormes energías en crear discusiones bizantinas buscando cinco pies al gato. Pero la discusión terminológica encierra otro problema, también en gran medida bizantino: el de la nación, confundiendo nación con nacionalismo. Peña decide por su cuenta, dogmáticamente, que en tiempos de Pelayo no existía la noción de España como unidad política y menos aún de patria. La realidad es que existía desde mucho antes, desde Leovigildo y Recaredo, como está perfectamente documentado. ¿Era una nación el reino hispanogodo? Depende de cómo se quiera definir la palabra “nación”. Si la definimos según las ideas de la Revolución francesa, es decir, como un estado cuya soberanía radica en la nación, en el pueblo y no en el antiguo “soberano” o monarca, entonces está claro que no existieron naciones anteriores en Europa. Sin embargo el término, con otra concepción política, es mucho más antiguo. Lo que cambia es el depósito teórico de la soberanía, el nacionalismo aportado por la Revolución francesa. Y posiblemente dentro de algún tiempo la idea teórica de la nación cambie nuevamente, con lo que veríamos a muchos aficionados a Bizancio sostener que las naciones anteriores eran ficticias, inexistentes. Estos galimatías han dado lugar a ideas tan estrafalarias como que España no existe hasta la Constitución (nacionalista) de Cádiz, con lo que seguiría sin existir, porque dicha Constitución nunca fue realmente aplicada. Y ello a pesar de que España es abundantísimamente mencionada, dentro y fuera del país, desde muchos siglos antes; y no como definición meramente geográfica, según pretenden algunos, sino claramente cultural y política.
Una definición más clara, más acorde con la historia y menos propensa a disputas verbalistas, explica la nación como una comunidad cultural bastante homogénea y con un estado propio, cosa que existía en la península desde Leovigildo y Recaredo. Hay, por lo tanto, que excluir la idea de que Pelayo y los suyos partían de la nada y sin ningún objetivo político, como si se tratase de las antiguas tribus astures dedicadas a la rapiña de las tierras adyacentes. Otra idea muy divulgada y poco aceptable es la de que España se forma en la Reconquista, que en tal caso no debería llamarse así. Los reinos que luchaban por expulsar poco a poco a los invasores tenían muy claro el precedente hispanogodo. Indudablemente España tomó forma como comunidad cultural con Roma, y como nación, es decir, con un estado propio, desde Leovigildo. No era un estado “moderno”, claro, pero era un estado bastante centralizado, con leyes propias, ejército, aparato fiscal, etc., y reconocido como tal por otras potencias. Aunque los documentos sobre la reivindicación de la España perdida hispanogoda sean algo posteriores a Pelayo, es difícil creer que no la tenía en mente cuando construyó a su vez un embrión de estado para irlo expandiendo a costa de Al Ándalus. Sin el precedente hispanogodo, la Reconquista sería muy difícil de imaginar, y lo más probable habría sido que la península se integrase definitivamente en el Magreb o se balcanizase.
La obstinación de muchos historiadores y políticos en negar la evidencia y buscar complicaciones artificiosas tiene, por lo demás, un origen bastante obvio y que debe señalarse: la intención de negar legitimidad a la existencia histórica de España, incluso negándola. Una tendencia que cobró fuerza en el “Desastre” del 98 y dio lugar a la célebre denuncia de Menéndez Pelayo sobre los “gárrulos sofistas” que denigran por sistema lo que hizo España en la historia y hasta su misma existencia nacional. Esto merece un análisis aparte.
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