Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Francesco_Cenciarelli_Milonga_per_un_lungo_viaggio
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No hace muchos años que en Burgos, ciudad ilustre y famosa, vivían dos caballeros distinguidos y ricos: uno se llamaba don Diego de Carriazo, y otro, don Juan de Avendaño. Don Diego tuvo un hijo, a quien llamó con su mismo nombre, y don Juan otro, a quien puso don Tomás de Avendaño. A estos dos caballeros jóvenes, puesto que serán los 'Principales personajes de esta historia, para evitar y ahorrar letras, les llamaremos solo con los nombres de Carriazo y Avendaño.
Trece años, o poco más, tendría Carriazo cuando, movido por su afición a la vida picaresca, sin que le forzara a ello ningún maltrato que sus padres le hiciesen, solo por su gusto y capricho, se escapó de casa de sus padres y se fue por el mundo adelante. Tan contento estaba de la vida libre, que en medio de las incomodidades y miserias que esta trae consigo, no echaba de menos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío le molestaba, ni el calor le enfadaba. Para él todas las estaciones del año eran dulce y templada primavera; tan bien dormía en los sembrados como en los colchones; con tanto gusto se tendía en un pajar de un mesón como si se acostara entre dos sábanas de finísimo hilo. En resolución, llegó a ser tan experto en la vida de pícaro, que habría podido dar lecciones al famoso de Alfarache.
En tres años que tardó en aparecer y volver a su casa aprendió a jugar a la taba en Madrid, y al rentoy en las ventas de Toledo, y a presa y pinta en la muralla de Sevilla; pero, aun siéndole propias a este género de vida la miseria y la escasez, mostraba Carriazo en sus cosas que era noble: de lejos, en mil señales, demostraba que era de buena cuna, porque era generoso y desinteresado con sus camaradas. Visitaba pocas veces las tabernas, y aunque bebía vino, era tan poco, que nunca pudo ser incluido entre los que llaman borrachos, a los que, en cuanto beben algo de más, se les pone el rostro como si se lo hubiesen maquillado con polvos rojos. En fin, en Carriazo vio el mundo un pícaro virtuoso, limpio, bien criado y más que medianamente prudente.
Pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara que son el no va más de la picaresca. Allí está la suciedad limpia, la gordura saludable, el hambre dispuesta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las peleas constantemente, las muertes a cuchilladas a cada instante, las obscenidades a cada paso, los bailes como en las bodas. Aquí se canta, allí se blasfema, más allá se riñe, aquí se juega, y por todos los lados se hurta. Allí triunfa la libertad y brilla el trabajo; allí muchos padres ilustres van, o envían a buscar a sus hijos, y los encuentran; y tanto sienten estos que los saquen de aquella vida como si se los llevaran a darles muerte.
Pero toda esta dulzura que he pintado tiene una amarga pesadumbre y es no poder dormir sueño seguro sin el temor de que en un instante los trasladen de Zahara a Berbería. Pero no fue motivo este temor para que nuestro Carriazo dejase de acudir allí tres veranos a darse la buena vida. El último verano le fue tan bien la suerte, que ganó a las cartas cerca de setecientos reales, con los cuales quiso vestirse y volverse a Burgos y a los ojos de su madre, que habían derramado por él muchas lágrimas. Se despidió de sus amigos, que tenía muchos y muy buenos, y les prometió que el verano siguiente estaría con ellos si enfermedad o muerte no lo impidiesen. Dejó con ellos la mitad de su alma, y todos sus deseos entregó a aquellas secas arenas. Y por estar ya acostumbrado a caminar a pie, se puso en camino y sobre dos alpargatas llegó desde Zahara hasta Valladolid tan contento. Permaneció allí quince días para recuperar el color claro de la piel de su rostro y cambiar la ropa sucia de pícaro por el vestido limpio de caballero.
Todo esto hizo gracias a quinientos reales con los que llegó a Valladolid, y todavía reservó cien para alquilar una mula y un mozo, con lo que pudo presentarse ante sus padres honrado y contento. Ellos le recibieron con mucha alegría, y todos sus amigos y parientes fueron a darles la enhorabuena por la feliz llegada del señor don Diego de Carriazo, su hijo. Entre los que vinieron a ver al recién llegado estaban don Juan de Avendaño y su hijo don Tomás, con quien Carriazo, por ser ambos de la misma edad y vecinos, comenzó una amistad estrechísima.
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