Introducción
Robert Ervin Howard (1906-1936) nació en Peaster, Texas, y no en Cross Plains, como se ha dicho muchas veces, si bien pasó la mayor parte de su vida en esta última ciudad, situada en la zona central de Texas, entre Abilene y Brownwood. Su padre era médico local y, al igual que su madre, era descendiente de pioneros norteamericanos. Howard recibió su educación básica en Cross Plains y terminó el bachillerato en Brownwood, en la Brownwood Highschool y en la Howard Payne Academy. Después de seguir algunos cursos universitarios en el Brownwood College, se dedicó de lleno a su vocación literaria.
De niño fue un inadaptado, especialmente en Texas, debido a su inteligencia precoz. Durante algún tiempo fue objeto de las provocaciones que suelen padecer los niños brillantes pero físicamente débiles. Tal vez como compensación, se convirtió en un fanático de los deportes y de la gimnasia y llegó a ser un consumado boxeador y jinete. Con ello pronto se terminaron las provocaciones, sobre todo porque al alcanzar la madurez medía más de un metro ochenta de estatura, era musculoso y pesaba unos noventa kilos. Era introvertido, poco convencional, caprichoso e irritable, propenso a sentimientos extremos, a atracciones intensas y aversiones violentas. Como la mayoría de los escritores jóvenes, era un ávido lector. Era colega y amigo de los escritores fantásticos H. P. Lovecraft y Clark Ashton Smith.
Durante los últimos diez años de su vida (1927-1936), Howard escribió y publicó en revistas una gran cantidad de relatos de ficción menores de distintos géneros: deportivo, de detectives, del Oeste, históricos, de aventuras orientales, cuentos de misterio y fantasmagóricos, además de poesías y cuentos fantásticos. Antes de cumplir los treinta años ganaba como escritor más dinero que cualquier otra persona de Cross Plains, incluyendo el banquero de la ciudad, aunque no era mucho porque durante los años de la depresión económica las revistas pagaban poco y con retraso.
Si bien Howard tenía un considerable éxito en su trabajo y era un hombre fuerte y corpulento como sus héroes, era un inadaptado y tenía trastornos psíquicos. Antes de su muerte, habló durante varios años de su intención de suicidarse. A la edad de treinta años, al enterarse de que su anciana madre —a quien quería con una devoción exagerada— estaba al borde de la muerte, puso fin a su prometedora carrera literaria pegándose un tiro. Su relato «Clavos rojos», una historia de la serie de Conan, así como su novela interplanetaria Almuric, se publicaron en Weird Tales después de su muerte.
Howard escribió varias series de cuentos de fantasía heroica, en su mayoría publicados en Weird Tales. Howard era un narrador nato, cuyos relatos no han sido superados en cuanto a realismo, interés y al dinamismo de la acción. Sus héroes —el rey Kull, Conan, Bran Mak Morn, Turlogh, Solomon Kane— son míticos: se trata de hombres de pasiones ardientes y una voluntad indomable, que imponen fácilmente su personalidad en las historias que protagonizan. Howard explicaba de la siguiente manera su preferencia por héroes de enormes músculos y entendimiento corto:
«Son seres elementales. Cuando los metes en un lío, nadie espera que te devanes los sesos inventando modos sutiles y maneras ingeniosas para hacerles salir del atolladero. Son demasiado estúpidos para hacer otra cosa que cortar, golpear o arrastrarse hasta quedar libres».[1]
De todas las obras fantásticas de Howard, las que han gozado de mayor popularidad han sido las historias de Conan. Estas transcurren en una imaginaria Edad Hiboria, situada hace unos doce mil años, entre el hundimiento de Atlantis y los albores de la historia. Howard escribió —o al menos empezó— más de veinte relatos de Conan, de los cuales dieciocho se han publicado en vida del autor o poco después de su muerte, uno de ellos en un «fanzine» y el resto en Weird Tales. Howard nos explica de la siguiente manera cómo comenzó a escribir sobre Conan:
«Si bien no llego tan lejos como para creer que los relatos están inspirados por espíritus o poderes ocultos (aunque me opongo a negar nada categóricamente), en ocasiones me he preguntado si es posible que ciertas fuerzas desconocidas del pasado o del presente —o incluso del futuro— actúen a través del pensamiento y de los actos de hombres vivos. Esto se me ocurrió especialmente mientras escribía las primeras historias de la serie de Conan. Recuerdo que no se me había ocurrido ninguna idea en varios meses y me sentía absolutamente incapaz de escribir algo publicable. Entonces dio la impresión de que de repente ese Conan empezaba a crecer en mi cabeza sin grandes esfuerzos por mi parte, e inmediatamente comenzó a fluir un aluvión de relatos de mi pluma —o mejor dicho, de mi máquina de escribir— casi sin dificultad. No tenía la sensación de estar creando, sino de estar contando cosas que habían ocurrido. Un episodio sucedía a otro con tal rapidez que apenas podía mantener el ritmo. Durante varias semanas no hice más que escribir las aventuras de Conan. El personaje tomó plena posesión de mi mente y no me permitió hacer otra cosa que escribir su historia. Cuando intenté deliberadamente escribir sobre otros temas, no pude hacerlo. No pretendo dar a esto una explicación esotérica o secreta, sino que me limito a los hechos. Hasta el día de hoy sigo escribiendo los relatos de Conan con más energía y lucidez que los de mis otros personajes. Pero probablemente llegue el momento en que de pronto me sienta incapaz de escribir de manera convincente acerca de Conan. Esto ha ocurrido anteriormente con casi todos mis personajes; de repente me siento incapaz de concebir una sola idea, como si aquel hombre hubiera estado agazapado detrás de mí guiándome en el trabajo y de improviso se diera media vuelta y se marchara, dejándome solo en busca de otro personaje».[2]
«Puede parecer fantástico asociar la palabra “realismo” con Conan, pero en realidad, y dejando de lado sus aventuras sobrenaturales, es el personaje más real que he creado jamás. Es, sencillamente, una combinación de distintos hombres que he conocido y pienso que a eso se debe que haya adquirido tan grandes proporciones así como una entidad propia en mi consciencia desde el momento en que escribí los primeros relatos de la serie. Algún mecanismo de mi subconsciente tomó las principales características de diversos boxeadores, pistoleros, contrabandistas, fanfarrones, tahúres y honrados trabajadores que yo había conocido y, al combinarlos, se produjo la amalgama que yo llamo Conan el cimmerio».[3]
A lo largo de los últimos veinte años han aparecido, entre los papeles de Howard, una gran cantidad de manuscritos de historias no publicadas. Entre estas figuran ocho relatos de Conan, algunos completos y otros sin terminar, así como bosquejos y fragmentos. Mi tarea ha consistido en preparar para su publicación la mayor parte de estos relatos, completando los que estaban sin terminar. También he escrito, en colaboración con mis colegas Lin Carter y Björn Nyberg, varios pastiches basados en algunas pistas que encontramos en las notas y cartas de Howard, a fin de llenar las lagunas existentes en el legendario relato. Dos de ellos aparecen en este libro.
Cuando apareció el manuscrito del relato titulado «El dios del cuenco» en el año 1951, lo revisé a fondo antes de su publicación. Para esta edición, sin embargo, he vuelto al manuscrito y he preparado una versión mucho más fiel al original, con un mínimo de cambios y correcciones a efectos de su publicación.
He dado el nombre de «fantasía heroica» a un subgénero de novela que otros llaman historias de «espada y brujería». Se trata de historias de acción y aventuras que se desarrollan en un mundo más o menos imaginario en el que la magia funciona y aún no se ha descubierto la ciencia moderna ni la tecnología. Las historias pueden tener lugar (como las demás historias de Conan) en nuestro planeta Tierra tal como se cree que fue hace mucho tiempo o que vaya a ser en un futuro lejano, o también puede tratarse de otro planeta e incluso de otra dimensión.
Estos relatos combinan la atmósfera y el ingenio de los libros de aventura o de caballería con la emoción y el estremecimiento atávicos y sobrenaturales de los cuentos de misterio, de ocultismo o de fantasmas. Cuando están bien escritos proporcionan la diversión más pura que puede ofrecer una novela de cualquier género. Es una literatura de evasión que nos permite alejarnos del mundo real y adentrarnos en un mundo en el que todos los hombres son fuertes, todas las mujeres son hermosas, la vida es siempre una aventura, los problemas son sencillos y nadie menciona el impuesto sobre la renta, el problema de los marginados ni la seguridad social.
William Morris fue el precursor de la fantasía heroica en Gran Bretaña en la década de 1880-1890. A comienzos de este siglo, lord Dunsany y Eric R. Eddison desarrollaron aún más este género. En los años treinta, la aparición de la revista Weird Tales y más tarde Unknown Worlds permitió una mayor difusión de este género literario, y también se escribieron muchos relatos célebres de espada y brujería. Entre estos se pueden citar los de Howard, con personajes como Conan, Kull y Solomon Kane; los cuentos macabros de Clark Ashton Smith acerca de Hiperbórea, Atlantis, Averonia y el continente futuro de Zotique; las historias de Atlantis escritas por Henry Kuttner; las de C. L. Moore sobre Jirel de Joiry, y las de Fritz Leiber acerca de Fafhrd y el Ratonero Gris.[4] (También podría mencionar los cuentos de Harold Shea escritos por Fletcher Pratt y por mí.)
Después de la segunda guerra mundial, la venta de revistas de este género disminuyó considerablemente y durante algún tiempo dio la impresión de que la literatura fantástica iba a ser una nueva víctima del maquinismo. Luego, con la publicación de la trilogía de El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien y la reedición de numerosas obras anteriores del género, este recibió un gran impulso y se volvió a poner de moda. En estos momentos triunfa una vez más, por lo que es inevitable que se ponga nuevamente al alcance del público a una de sus grandes figuras —Robert E. Howard— y el mejor producto de su imaginación: las legendarias aventuras de Conan.
L. Sprague de Camp
«Conan el bárbaro» es la creación más popular de Robert E. Howard y uno de los hitos de la cultura popular moderna. El personaje se ha convertido en el arquetipo fundamental de la fantasía heroica, a la que Howard dio su forma definitiva con el ciclo de relatos que le dedicó originalmente en la revista «Weird Tales».
El ciclo de narraciones de Conan fue sistematizado por L. Sprague de Camp a finales de los años sesenta, en una serie de doce libros. De Camp le dio al ciclo una continuidad de la que carecía hasta ese momento, adaptando relatos inéditos de Howard y añadiendo aportaciones propias y de otros colaboradores. En 1973 la Editorial Bruguera lanzó al mercado algunas de las novelas de Conan, concretamente un total de once libros de los doce que existían hasta la fecha (el libro que no fue publicado por Bruguera fue el titulado Conan de Aquilonia).
Durante los años 1995 y 1998 la editorial Martínez Roca decidió publicar todos los libros de Conan, ateniéndose al orden cronológico de sus aventuras. Se reeditaron los once títulos de Bruguera y, paralelamente a su reedición, también se publicaron los Conan inéditos, aquellos títulos que posteriormente fueron incorporados a la historia del personaje por parte de nuevos autores. La presente edición digital ofrece los doce libros originales de L. Sprague de Camp, en la traducción de la editorial Martínez Roca.
La Edad Hiboria - Parte I
Robert E. Howard
«La Edad Hiboria», que Howard mencionaba en la carta anterior, es un ensayo que había escrito algunos años antes, cuando comenzó a crear las historias de Conan. En dicho ensayo, Howard esbozó la seudohistoria de la era prehistórica que utilizó como marco de sus relatos. Cuando escribió la carta a Miller, envió una copia del ensayo a H. P. Lovecraft, el escritor de cuentos fantásticos, pidiéndole que la mandara a su vez a Donald A. Wollheim —un aficionado que más tarde se convirtió en escritor y editor de ciencia-ficción— a fin de que lo publicara en una revista del género llamada «The phantagraph». Esta revista publicó varios capítulos antes de su desaparición, y el ensayo completo fue publicado en forma de fascículo en 1938 por otro grupo de aficionados a la literatura fantástica. He aquí la parte de «La Edad Hiboria» que relata los hechos ocurridos hasta la época de Conan, junto con una nota apologética de Howard explicando que no pretendía que el ensayo fuera considerado como verdad histórica. El resto del ensayo se publicará, Dios mediante, en otro volumen de esta serie.
(Nada de lo que se dice en este artículo debe considerarse como un intento de establecer una teoría que se oponga a la historia por todos aceptada. Cuando comencé a escribir las historias de Conan hace algunos años, escribí esta «historia» de su época y de los pueblos que vivían entonces, a fin de darle a él y a sus aventuras legendarias mayor realismo. Y, mientras escribía los relatos, me di cuenta de que si me atenía a los «hechos» y al espíritu de esa historia, me resultaba más fácil imaginar (y, por tanto, describir) a Conan como personaje real, de carne y hueso, que como una creación ficticia. Al escribir sobre él y sobre sus aventuras en los distintos reinos de la época, nunca he pasado por encima de los «hechos» ni del espíritu de la «historia» que aquí se relatan, sino que he seguido la trama de esa historia tan fielmente como lo hubiera hecho el escritor de novelas históricas que hace referencia a la verdadera historia. He usado esta «historia» como guía para los relatos que he escrito de esta serie.)
Es poco lo que sabemos acerca de esa época conocida por los cronistas nemedios como la Edad Precataclísmica, exceptuando la última parte, y aún esta está velada por las brumas de la leyenda. La historia conocida comienza con el ocaso de la civilización precataclísmica, dominada por los reinos de Kamelia, Valusia, Verulia, Grondar, Thule y Commoria. Estos pueblos hablaban una lengua semejante, lo que parece demostrar su origen común. Había otros reinos, igualmente civilizados, habitados por otras razas aparentemente más antiguas.
Los bárbaros de aquella época eran los pictos, que vivían en unas islas lejanas en el océano occidental; los atlantes, que vivían en un pequeño continente situado entre las Islas Pictas y el continente thurio o principal, y los lemurios, que vivían en una cadena de grandes islas del hemisferio oriental.
Había varias regiones de tierras inexploradas. Los reinos civilizados, aunque de enorme extensión, ocupaban una parte relativamente pequeña del planeta. Valusia era el reino que se hallaba más al oeste del continente thurio, y Grondar el que se encontraba más al este. Al este de Grondar, cuya gente era menos cultivada que la de sus reinos hermanos, se extendía una salvaje e inhóspita zona desértica. En las zonas menos áridas de desierto, en las selvas y montañas, vivían dispersos algunos clanes y tribus de primitivos salvajes. Más lejos, hacia el sur, había una civilización misteriosa, sin relación con la cultura thuria y al parecer de naturaleza prehumana. Las costas lejanas del oeste estaban habitadas por otra raza humana, misteriosa y no thuria, con la que los lemurios entraban a veces en contacto. Parece ser que venían de un sombrío y quimérico continente sin nombre que se encontraba en algún lugar al este de las islas Lemurias.
La civilización thuria se hallaba en su ocaso; sus ejércitos estaban compuestos principalmente por mercenarios bárbaros. Los pictos, los atlantes y los lemurios eran sus generales, sus estadistas y a menudo hasta sus reyes. Los conflictos y las luchas entre los reinos y las guerras entre Valusia y Commoria, así como las conquistas merced a las cuales los atlantes fundaron un reino en el continente, pertenecen más a la leyenda que a la realidad histórica.
Entonces el Cataclismo convulsionó el mundo. Atlantis y Lemuria se hundieron y las Islas Pictas fueron desplazadas, elevándose para formar los picos de las montañas de un nuevo continente. Grandes zonas del continente thurio desaparecieron bajo las olas o se hundieron formando enormes lagos y mares interiores. Los volcanes entraron en erupción impetuosamente y terremotos aterradores sacudieron hasta los cimientos las radiantes ciudades de los imperios. Pueblos enteros fueron borrados del mapa.
Los bárbaros tuvieron mejor suerte que las razas civilizadas. Los habitantes de las Islas Pictas fueron aniquilados, pero sobrevivió una gran colonia que se estableció en las montañas de la frontera meridional, sirviendo de barrera contra invasiones extranjeras. El reino continental de los atlantes también pudo escapar a la destrucción y hasta él llegaron miles de sus hombres en barcos, procedentes de las tierras sumergidas. Muchos lemurios huyeron hacia la costa oriental del continente thurio, que quedó relativamente intacto. Allí se convirtieron en esclavos de la antigua raza que habitaba en esas tierras y su historia fue, durante miles de años, la historia de una servidumbre brutal.
Al cambiar las condiciones de vida, se crearon formas extrañas de vida vegetal y animal en la parte occidental del continente. Densas selvas cubrieron las llanuras, ríos caudalosos se abrieron paso hasta el mar, surgieron montañas abruptas y los lagos cubrieron las ruinas de las antiguas ciudades situadas en los fértiles valles. El reino continental de los atlantes fue invadido por cantidades incalculables de bestias y de salvajes, hombres-mono y monos, procedentes de las zonas sumergidas. Obligados a luchar continuamente para sobrevivir, los atlantes lograron conservar, sin embargo, algunos vestigios de su antiguo estado de bárbaros evolucionados. Desprovistos de metales y de minerales, se convirtieron en artesanos de la piedra, al igual que sus remotos antepasados, y habían alcanzado un verdadero nivel artístico cuando su combativa cultura entró en contacto con el poderoso pueblo picto. Los pictos también habían vuelto a la piedra Y al hacha de sílex, pero su población creció más rápidamente y desarrollaron con mayor eficacia las artes de la guerra. No tenían en absoluto el carácter artístico de los atlantes; eran más rudos, prácticos y prolíficos. No dejaron pinturas ni tallas de marfil, como hicieran sus enemigos, pero legaron a la posteridad numerosas y eficaces armas hechas de piedra.
Estos reinos de la Edad de Piedra entraron en conflicto, y después de una serie de cruentas batallas los atlantes, superados en número, fueron devueltos al estado salvaje, mientras se detenía la evolución de los pictos. Quinientos años después del Cataclismo, los reinos bárbaros habían desaparecido. Sólo se mantuvieron, en estado salvaje, los pictos, que estaban en guerra continua con otras tribus también salvajes: los atlantes. Los pictos los aventajaban numéricamente y en cuanto a unidad, mientras que los atlantes habían quedado reducidos a algunos clanes desvinculados entre sí. Así era Occidente en aquellos tiempos.
En el lejano Oriente, aislado del resto del mundo por la formación de gigantescas montañas y de una serie de enormes lagos, los lemurios siguen siendo esclavos de sus antiguos amos. Las tierras remotas del sur siguen rodeadas aún de misterio; al no haber sido afectadas por el Cataclismo, están condenadas al estado prehumano. De las razas civilizadas del continente thurio, sólo un remanente de uno de los pueblos no valusios tiene su morada en las bajas montañas del sudeste: los zhemri. Aquí y allá hay clanes de humanoides salvajes dispersos por el mundo que ignoran por completo el auge y la decadencia de las grandes civilizaciones. Pero en las tierras remotas del norte, otro pueblo iba haciendo paulatinamente su aparición.
En la época del Cataclismo, una banda de salvajes cuyo desarrollo no era muy superior al de los hombres de Neanderthal, huyó al norte para escapar de la aniquilación. Hallaron tierras cubiertas de nieve habitadas tan sólo por una especie de feroces monos de tierras nevadas; se trataba de animales inmensos, peludos y blancos, al parecer nativos de esas regiones. Los recién llegados lucharon con estos y los arrojaron más allá del Círculo Polar Ártico, donde presumiblemente perecieron. Luego, los nuevos pobladores se adaptaron a su duro medio ambiente y prosperaron.
Cuando las guerras entre pictos y atlantes habían destruido lo que pudo haber sido una nueva cultura, otro cataclismo, aunque de menor intensidad, formó un gran mar interior donde antes había un conjunto de lagos, que separó aún más el este del oeste, y los terremotos, inundaciones y volcanes que acompañaron la nueva conmoción telúrica completaron la ruina de los bárbaros, que se había iniciado con sus guerras tribales.
Unos mil años después del segundo cataclismo, el mundo occidental tiene el aspecto de una tierra salvaje cubierta de selvas, lagos y ríos torrenciales. Por las montañas boscosas del noroeste vagan bandas de hombres-mono que no hablan ninguna lengua humana, desconocen el fuego e ignoran el uso de herramientas. Son los descendientes de los atlantes, hundidos una vez más en el turbulento caos de la bestialidad selvática de la que sus antepasados habían logrado salir tan lentamente y con tantas dificultades. El sudoeste está habitado por clanes dispersos de seres salvajes y primitivos que viven en cavernas y hablan una lengua muy rudimentaria, que sin embargo conservan el nombre de pictos, palabra que para ellos ha llegado a ser meramente sinónimo de hombre, y que los diferencia de las verdaderas bestias contra las que luchan para defender sus vidas y para procurar alimento. Este es su único vínculo con su existencia anterior. Ni los sórdidos pictos ni los humanoides atlantes tienen ningún tipo de contacto con otras tribus o pueblos.
En las lejanas tierras del este, los lemurios, que viven en estado salvaje y primitivo, casi a nivel de bestias, a causa de su dura esclavitud, se han sublevado y han aniquilado a sus amos. Viven en estado salvaje entre las ruinas de una extraña cultura. Los sobrevivientes de esa civilización que pudieron escapar de la furia de sus antiguos esclavos se dirigieron hacia el oeste, donde atacan a ese misterioso reino humanoide del sur y lo sojuzga, renovando y desarrollando su propia cultura, que se modifica al contacto con la más antigua. Este nuevo reino se llama Estigia, donde parece ser que habitan algunos sobrevivientes del antiguo pueblo, a quienes se ha venerado como dioses después de la aniquilación de los demás miembros de su raza.
En distintos lugares del mundo comienzan a aparecer signos de una tendencia evolutiva en pequeños grupos de salvajes, aunque estos se hallan dispersos y son desconocidos. Sin embargo hacia el norte, hay tribus que inician un visible desarrollo. A esta gente se la conoce con el nombre de hibóreos o hibores, y su dios era Bori, un gran jefe a quien la leyenda convierte en un ser muy antiguo identificado con el rey que los condujo hacia el norte en la época del gran Cataclismo, que las tribus sólo recuerdan gracias a un folclore muy desvirtuado.
Los hibóreos se han dispersado por el norte y se dirigen hacia el sur en migraciones esporádicas. Hasta el momento no han entrado en contacto con otras razas, y sus guerras son consecuencia de luchas internas. Mil quinientos años de existencia en las tierras del norte han hecho de los hibóreos una raza alta, de cabellos leonados y ojos grises; son guerreros fuertes y corpulentos, aunque ya manifiestan un carácter claramente artístico y poético. Todavía viven fundamentalmente de la caza, si bien las tribus del sur han estado criando ganado durante varios siglos. Hay una sola excepción a su hasta ahora completo aislamiento de otras razas: un miembro errante de la tribu que llegó hasta los confines del norte volvió con la noticia de que las heladas llanuras que creían desiertas estaban habitadas por una enorme tribu de hombres simiescos, que él aseguraba que descendían de las bestias expulsadas de las tierras habitables por los antepasados de los hibóreos. El viajero insistió en que se enviara un gran contingente guerrero más allá del Círculo Polar Ártico para exterminar a aquellas bestias, que él aseguraba que iban evolucionando hasta convertirse en auténticos seres humanos. Todos se burlaron de él, salvo un pequeño grupo de jóvenes y osados guerreros que lo siguieron hacia el norte, pero ninguno de ellos regresó jamás.
Las tribus de los hibóreos iban avanzando hacia el sur, y a medida que creció la población, fue aumentando el movimiento. La era siguiente fue una época de nomadismo y de conquista. En el transcurso de la historia, las diferentes tribus y grupos de tribus se desplazaron y trasladaron de un lugar a otro, dando una imagen de perpetuo movimiento.
Veamos cómo era el mundo quinientos años después. Las tribus de hibóreos de leonadas cabelleras se dirigieron hacia el sur y hacia el oeste, conquistando y destruyendo muchos de los clanes desconocidos. Al mezclarse con las razas conquistadas, los descendientes de los grupos invasores comenzaron a presentar nuevas características raciales, pero estas razas mestizas fueron violentamente atacadas por los grupos de sangre nueva y más pura y fueron barridas por estos como si se tratara de una escoba que arrastra los desechos indiscriminadamente, para mezclarse aún más, formando un complejo mosaico de razas y subrazas. Pero los nuevos conquistadores aún no han entrado en contacto con las razas más antiguas. Al sudeste, los descendientes de los zhemri, revitalizados por la mezcla de sangre con algunas tribus desconocidas, quieren restablecer, al menos en parte, su antigua cultura. Hacia el oeste, los humanoides atlantes comienzan a evolucionar lentamente. Han completado su ciclo vital; hace tiempo que han olvidado su existencia humana y, sin tener consciencia de ningún otro estado anterior, comienzan su evolución sin las ventajas ni los inconvenientes que supone recordar un pasado humano. Al sur, los pictos siguen viviendo en estado salvaje, desafiando aparentemente las leyes de la naturaleza al no progresar ni retroceder. Más al sur, el antiguo y misterioso reino de Estigia parece dormitar. En sus confines orientales vagan clanes de nómadas salvajes, ya conocidos como los Hijos de Shem.
A poca distancia de los pictos, en el amplio valle de Zingg y protegidos por grandes montañas, una banda de primitivos de nombre desconocido, pero vinculados racialmente a los shemitas, creó una cultura y un modo de vida relativamente evolucionados.
Hay que añadir otro factor al ímpetu de las invasiones hibóreas. Una tribu de esa misma raza descubrió el uso de la piedra en la construcción, y así nació el primer reino hibóreo, el primitivo y bárbaro reino de Hiperbórea, cuyo comienzo tuvo lugar en una tosca fortaleza de piedras amontonadas con la finalidad de contener los ataques de otras tribus. Los miembros de esta tribu pronto abandonaron sus tiendas de piel de caballo y comenzaron a vivir en casas de piedra, construidas en forma primitiva, pero sólidas, y protegidos de esta manera comenzaron un vertiginoso desarrollo. Hay pocos acontecimientos históricos más impresionantes que el desarrollo del violento y cruel reino de Hiperbórea, cuya gente abandonó casi repentinamente su vida nómada y construyó casas de piedra desnuda, rodeadas de murallas ciclópeas; de esta manera, una raza que acababa de salir de la era de la piedra pulida aprendió, casi por casualidad, los principios de la arquitectura.
El auge de este reino desplazó a numerosas tribus que, derrotadas en la guerra o negándose a ser sojuzgadas por sus hermanos de raza que habitaban en los castillos, iniciaron un viaje largo y difícil que los llevó por medio mundo. Al mismo tiempo, las tribus del norte comenzaron a ser hostigadas por gigantescos y rubios salvajes, no mucho más evolucionados que los hombres-mono.
(La oleada migratoria de lemurios que fundó el reino de Estigia constaba de dos ramas. Mientras que la del sur creó Estigia, la rama del norte fundó al mismo tiempo el poderoso imperio de Aquerón, con Pitonia, la ciudad de las torres violetas, como capital, situada en las tierras del norte y del oeste. Quinientos años después de la fundación de Aquerón, llegaban a sus fronteras los primeros nómadas hibóreos, pero retrocedieron ante la eficaz defensa de los sacerdotes y guerreros del sur. Aquerón luchó contra los invasores hibóreos durante casi dos mil años. Finalmente los bárbaros invadieron Aquerón y lo sitiaron, pero fueron derrotados al final por los disciplinados ejércitos del imperio hermano de Aquerón, que se encontraba al sur, es decir, de Estigia. L. S. de C.)
La historia de los mil años siguientes es la leyenda del auge de los hibóreos, cuyas tribus guerreras dominan el mundo occidental. Se formaron reinos primitivos. Los invasores de leonados cabellos se enfrentaron con los pictos y los desplazaron hacia las tierras yermas del oeste. En el noroeste, los descendientes de los atlantes, que pasan sin ayuda alguna del estado humanoide al salvajismo primitivo, aún no se han enfrentado con los conquistadores. En las remotas tierras del este, los lemurios crean una extraña semicultura propia. Al sur, los hibóreos han fundado el reino de Koth, en los confines de las zonas pastoriles conocidas como las Tierras de Shem, donde sus salvajes habitantes están empezando a salir de la barbarie, en parte por el trato con los hibóreos y en parte por su contacto con los estigios, que han asolado sus tierras durante siglos. Los rubios salvajes del lejano norte son ahora más numerosos y poderosos, por lo que las tribus hibóreas del norte se dirigen hacia el sur, desplazando a su paso a sus hermanos de sangre. El antiguo reino de Hiperbórea es derrotado por una de esas tribus del norte que, sin embargo, conserva el antiguo nombre. Al sudeste de Hiperbórea ha surgido un reino de zhemris, llamado Zamora. En el sudoeste, una tribu de pictos invadió el fértil valle de Zingg, conquistó el pueblo agrícola allí asentado, estableciéndose en aquellas tierras, junto a los vencidos. La raza resultante de esta mezcla fue a su vez conquistada más tarde por una tribu errante de hibóreos y todos estos elementos combinados dan origen al reino de Zíngara.
Quinientos años más tarde ya están claramente definidos los pueblos del mundo. Los reinos hibóreos de Aquilonia, Nemedia, Brithunio, Hiperbórea, Koth, Ofir, Argos, Corinthia y el llamado Reino de la Frontera dominan el mundo occidental. Zamora se encuentra al este y Zíngara al oeste de estos reinos, cuyos habitantes, aunque no pertenecen a la misma raza, se parecen por el color oscuro de su piel y por sus costumbres exóticas. Mucho más al sur, los estigios llevan una vida tranquila, ya que no han sido afectados por las invasiones extranjeras, mientras que los pueblos de Shem han cambiado el yugo estigio por el menos tiránico de los kothianos. Los oscuros amos fueron desplazados hacia el sur del gran río Styx, Nilus o Nilo, que fluye hacia el norte desde las sombrías tierras interiores del continente, se vuelve casi en ángulo recto y sigue hacia el oeste a través de las praderas de Shem hasta desembocar en el gran mar. Al norte de Aquilonia, el reino hibóreo más occidental, se encuentran los violentos y salvajes cimmerios que no se han sometido a los invasores, pero que progresan rápidamente por estar en contacto con ellos; se trata de los descendientes de los atlantes, que ahora se encuentran en un proceso de evolución más constante que el de los pictos, sus antiguos enemigos, que habitan en las zonas desérticas del oeste de Aquilonia.
Cinco siglos después, los pueblos hibóreos cuentan con una cultura tan recia y pujante que contribuye a la importante evolución de las salvajes tribus circundantes que entran en contacto con ella. El reino más poderoso es el de Aquilonia, pero hay otros que compiten con él en fuerza y esplendor. Los hibóreos se han convertido en una raza muy mezclada, y los que se encuentran más cerca de las raíces raciales son los habitantes de Gunderland, una provincia que se halla al norte de Aquilonia. Pero estas mezclas no han debilitado la raza. Es el pueblo dominante del mundo occidental, si bien los bárbaros de las tierras desérticas siguen incrementando su poderío.
En el norte, los bárbaros de cabello dorado y ojos azules, descendientes de los rubios salvajes del Ártico, han expulsado a las tribus hibóreas que aún permanecían en los países nevados, con excepción del antiguo reino de Hiperbórea, que resiste sus violentos ataques. Su tierra se llama Nordheim, y sus habitantes se dividen entre los pelirrojos vanires de Vanaheim y los rubios aesires de Asgard.
En ese momento los lemurios entran nuevamente en la historia, esta vez como hirkanios. A lo largo de los siglos han presionado continuamente hacia el oeste, y ahora una de sus tribus bordea el extremo sur del gran mar interior —Vilayet— y funda el reino de Turan en la orilla sudoeste. Entre el mar interior y las fronteras orientales de los reinos nativos se extienden vastas estepas, mientras que en el extremo norte y sur abundan los desiertos. Los habitantes de origen no-hirkanio de estos territorios están dispersos y se dedican al pastoreo; se trata de tribus desconocidas en el norte y de shemitas en el sur, aborígenes con algo de sangre hibórea procedente de los conquistadores nómadas. Al terminar este período, otros clanes hirkanios presionan hacia el oeste, en torno al extremo norte del mar interior, y chocan con las tropas orientales de los hiperbóreos.
Veamos brevemente cómo eran los pueblos de aquella época. Los dominadores hibóreos ya no tienen en su mayoría el cabello leonado y los ojos grises, puesto que se han mezclado con otras razas. Los pueblos de Koth presentan muchos rasgos de la raza shemita, e incluso estigia, y en menor medida de los habitantes de Argos, que se han mezclado más con los zingarios que con los shemitas. Los brithunios del este se mezclaron con los zamorios de piel oscura, y los habitantes de la Aquilonia meridional se mezclaron con los aceitunados zingarios hasta que el cabello negro y los ojos castaños se convirtieron en los rasgos dominantes de Poitain, la provincia situada más al sur. El antiguo reino de Hiperbórea está más alejado que los demás, a pesar de lo cual corre abundante sangre extranjera por sus venas, debido a que capturan mujeres extranjeras: hirkanias, aesires y zamorias. Sólo en la provincia de Gunderland, donde no hay esclavos, se puede encontrar una raza hibórea pura. Pero los bárbaros, por su parte, no se han mezclado con otras razas. Los cimmerios son altos y robustos, tienen cabello oscuro y ojos azules. La gente de Nordheim tiene una constitución similar, pero son de piel blanca, ojos azules y cabello dorado o pelirrojo. Los pictos conservan el mismo tipo racial de siempre: son bajos, de piel muy oscura y cabellos y ojos negros. Los hirkanios tienen la piel oscura, generalmente son altos y delgados, si bien es cada vez más común el tipo rollizo de ojos rasgados, resultado de la mezcla con una curiosa raza de aborígenes inteligentes, aunque escasamente desarrollados físicamente, a quienes conquistaron en las montañas que se encuentran al este de Vilayet, en su marcha hacia el oeste. Los shemitas son generalmente de estatura mediana, aunque a veces su cruce con los estigios da lugar a individuos gigantescos, de complexión fornida, nariz aguileña, ojos oscuros y cabello de color negro azulado. Los estigios —al menos las clases dominantes— son altos, bien conformados, morenos y de rasgos regulares; las clases bajas son una horda de mestizos oprimidos, una mezcla de negroides, estigios, shemitas e incluso hibóreos. Al sur de Estigia se encuentran los vastos reinos negros de las amazonas, los kushitas, los atlaianos y el imperio híbrido de Zembabwei.
Entre Aquilonia y los desiertos pictos se encuentra el territorio fronterizo de Bosonia, habitado por descendientes de una raza aborigen conquistada por una tribu de hibóreos en los comienzos de la primera era de la dispersión hibórea. Este pueblo mestizo nunca alcanzó la cultura de los hibóreos más puros, que los desplazaron hacia la periferia del mundo civilizado. Los bosonios son de estatura y complexión media, ojos castaños o grises y son mesocefálicos. Viven principalmente de la agricultura, en grandes aldeas amuralladas, y forman parte del reino aquilonio. Su territorio se extiende desde el Reino de la Frontera en el norte hasta Zíngara en el sudoeste, formando un bastión que defiende a Aquilonia tanto de los cimmerios como de los pictos. Los bosonios son obstinados guerreros defensivos, y los siglos de guerras contra los bárbaros del norte y del oeste los ha obligado a desarrollar un tipo de defensa casi invulnerable contra los ataques directos.
Así era el mundo en los tiempos de Conan.
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Comentarios
Grandes relatos del gran Conan! y por si fuera poco con la grandiosa banda sonora de fondo. muchas gracias por este gran podcats, siga así. un saludo.