El 9 de octubre de 1967, moría asesinado en La Higuera, Bolivia, Ernesto “Che” Guevara. Su figura ha sido tan ensalzada, cantada, idealizada y mitificada que cualquier atisbo de crítica está abocado al fracaso entre sus numerosísimos prosélitos.
Sin embargo, un análisis objetivo de su vida como revolucionario, permite constatar dos hechos primordiales:
1. Fue un asesino con los rasgos propios de un psicópata convencido de su mesianismo (“Morir sí, pero acribillado por/las balas, /destrozado por las bayonetas,/si, no, no, ahogado no...”). Su cosmovisión comunista - de corte estalinista - le llevó al asesinato sistemático y calculado de prisioneros y disidentes como por ejemplo cuando estuvo al mando de La Cabaña supervisando los «juicios revolucionarios» y la ejecución de los condenados, entre los que se encontraba su propio primo.
Una actuación implacable de ese tipo no es extraña en un “bolche”, en una persona que antepone la vida revolucionaria a a cualquier otro valor, como nos recuerda Mauricio Rojas en su ensayo “Lenin y el Totalitarismo” (Sepha, 2011), en el que evoca su admiración de juventud por el “Che”.
Se percibia el “Che” a si mismo como el “Hombre Nuevo Socialista”, siempre cargado de razones, utopías y sueños lo suficiente grandiosos como para justificar todos los asesinatos que fueren necesarios. La Idea, la Gran Idea, por encima de la persona, puramente contingente, frágil e insignificante ante la brillante meta. La vida humana, la simple y mera vida, no podía obstaculizar el Paraíso en la tierra que toda ideología totalitaria busca implantar a sangre y fuego. Y el “Che” fue uno de sus más notables vendedores.
2. Pero el Ché fue un fracasado tanto en su faceta militar (sus intervenciones para “internacionalizar” la revolución en África, y muy especialmente en el Congo, y en otros estados iberoamericanos incluido su propio país de origen fueron generalmente desastrosas y pésimamente desarrolladas, con otros éxitos indiscutibles como la toma de Santa Clara), cuanto en su vida política (presidente del Banco Central, organizador de la Junta Central de Planificación) siendo uno de los responsables de exportar a Cuba el sistema planificador soviético con el desastre económico que ello ha supuesto durante décadas al país. No es es extraño, pues la historia de la URSS - su mentora y maestra- es "la historia de un fracaso", en palabras de Martin Amis.
Sin embargo, Ernesto Guevara, a pesar de sus escasos éxitos en el mundo real, a pesar de sus crímenes execrables, supo instrumentalizar brillantemente a los pujantes medios de comunicación de masas de los años sesenta (el retrato que realizó el fotógrafo Alberto Korda en 1960 es uno de los más reproducidos y comercializados de la historia) para presentar sus derrotas, inconsecuencias y fracasos como victorias morales ante un enemigo de proporciones monstruosas: el Imperialismo, el Capitalismo o las corruptas democracias occidentales. Supo también escenificar grandes gestos y golpes de efecto (su carta de despedida a Castro para exportar la Revolución -“¡Hasta la victoria, siempre!”- es un magnifico ejemplo de “marketing ideológico”), manejando con soltura la escena – valga la polisemia del término- internacional (discurso ante Naciones Unidas en 1964, visitas de numerosos líderes comunistas de la época, etc).
Y todo ello; esa imagen mesiánica auto-construida, ese manejo de los medios, esa llamativa escenificación teatral llevó aparejada la seducción de la intelectualidad progresista occidental, ya que la intelectualidad en el bloque comunista -¿es preciso aclararlo?- o bien no existía o bien purgaba su disidencia en el Gulag. Y hay que reconocerle su mérito al “Che” por haber sabido granjearse la simpatía de la intelectualidad más influyente e influenciable de aquellos turbulentos sesenta (Sartre en primer lugar; lo que tampoco debe extrañarnos habida cuenta de su simpatía declarada por Stalin y su silencio indigno antes sus millones de víctimas). Es preciso reconocer ese mérito a Ernesto Guevara y al mismo tiempo subrayar la irresponsabilidad moral de algunos de los intelectuales fetiche de la izquierda occidental. Nunca Occidente odió tanto a Occidente y reírle las gracias al “Che” fue la mejor fórmula que encontró el hijo rebelde para abofetear al padre detestado. La sociedad abierta y sus enemigos.
En su calculada escenificación del Mesías revolucionario estoy seguro que Ernesto Guevara supo intuir –y me atrevería a decir que casi a desear- que un 9 de octubre de 1967 sería asesinado por otros sicarios, empleando además sus mismos métodos y convencidos igualmente de estar haciendo "algo grande". Justo veinte años antes, en 1947, había escrito uno de sus venerados poemas, una impecable hoja de ruta para el perfecto mártir revolucionario:
El destino se puede
alcanzar con la fuerza de voluntad.
Morir sí, pero acribillado por
las balas, destrozado por las bayonetas,
si, no, no, ahogado no...
un recuerdo más perdurable que mi nombre
es luchar, morir luchando
Y, sin embargo, a pesar de sus panegíricos, canciones, poemas, diarios y películas, a pesar de su impecable cosmética, de su coquetería con las cámaras, a pesar de su leyenda minuciosamente construida por quienes solo saben destruir derechos y libertades, creo que Ernesto Guevara fue solamente un exitoso criminal y un hombre fracasado.
Comentarios
En beneficio de todos, cállese señora.