JORGE LUIS BORGES
Hoy viernes 14 de junio recordamos un año más del fallecimiento del gran escritor argentino Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Intelectual que le dio nuevas luces al cuento y a la poesía mundial. Sus obras, consultadas por literatos, filólogos, filósofos, matemáticos, mitólogos y lectores especializados y no especializados, han generado desde siempre admiración y estudio. En cuentos recordamos títulos como Ficciones (1944) o El Aleph (1949) y en su poesía nos han quedado grabados poemas como El poema de los dones en el que habla de la ceguera que lo afectó en los últimos años de su vida y su labor en la Biblioteca Nacional argentina; el Ajedrez, en donde es cuestiona quién es ese jugador invisible que mueve las manos del jugador; o aquellos en los que hablaba de los tigres, animal de su predilección; Borges y yo; Límites; Everness; entre otros.
Pero hoy les traigo a Ciudad literario tres poemas que quizá no sean tan conocidos pero que particularmente los tengo entre mis poemas favoritos del escritor argentino.
LOS ENIGMAS
Yo que soy el que ahora está cantando
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.
CÓMPLICE
Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.
LO PERDIDO
¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.
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