Se aproximaba el final del siglo X de nuestra era cuando allá por los confines del Imperio Bizantino se arremolinaban incursiones de jinetes musulmanes armados con arcos y con largas melenas como mujeres. Los autodenominados turcos arrasaban todo territorio por el que pasaban, aunque desde la capital Costantinopla no suscitaban una especial preocupación ya que la Segunda Roma llevaba siglos resistiendo firmemente cualquier acoso.
Más o menos por la misma época, en las costas del norte de África se contaban no más de cinco obispados frente a los doscientos que había antaño. En esas mismas costas en las que San Agustín había escrito su magnífico libro La ciudad de Dios, reflexionando sobre lo grande que es el mar y lo limitado que es el razonamiento humano, la presión de los gobernantes sarracenos estaba eliminando los asentamientos cristianos.
Más allá de enfoques históricos de la alta Edad Media, en biología o incluso en los métodos de gestión empresarial se usa la metáfora de la Reina Roja de corazones tomando el ejemplo de los habitantes del país de las maravillas que visita Alicia obligados a correr sin descanso lo más rápido que puedan, solo para permanecer finalmente dónde están, pues el país se mueve a la vez que ellos. Si se quedan quietos, retroceden.
Tener como objetivo crecer o mejorar no garantiza que se consiga finalmente el propósito, por mucho esfuerzo que se ponga siempre pueden ser más los imponderables que aparezcan en el camino. Eso sí, casi está garantizada la regresión si no se hace nada y se bajan los brazos, aspirar únicamente a mantener la posición es la primera concesión a terminar plegando velas y dando marcha atrás.
Sirva todo esto para decirles que nadie nos garantiza que las cosas que conocemos vayan a permanecer siempre como están, que darlas por supuestas y no hacer ningún esfuerzo por conservarlas es el primer paso para perderlas. Mañana es 8 de marzo y es un día tan bueno como otro cualquiera para recordar que es mucho el camino que queda aún para conseguir la igualdad la mujer con el hombre, en sus expectativas, en sus retribuciones, en sus cargas sociales, personales y profesionales. Da igual que nos quieran vender lo contrario, da igual que nos quieran convencer de que su lucha por la dignidad es una amenaza.
Resulta perverso infiltrar el veneno de la duda en ciertos aspectos, y ya nos están ganando algunas batallas del lenguaje, que no deja de ser una expresión más de la estructura mental de cada cual, cuando pareciera necesario ponerle adjetivos limitativos al feminismo, o cuando se asocia con la imagen de un dictador con bigotito de cuyo no nombre no quiero acordarme, o cuando se ridiculizan ciertos planteamientos limitándolos al abuso de la duplicidad del género en el que se conjugan los sustantivos.
Es mucho lo que se ha hecho hasta ahora, muchos los recursos y muchos los esfuerzos empleados, pero es mucho, muchísimo más lo que queda por hacer hasta conseguir la meta de la igualdad plena y efectiva entre hombres y mujeres, que queda lejos aún. Miedo me da, más bien pánico, pensar que nos lleguen a convencer de que no hace falta seguir luchando, que podemos relajarnos si queremos y sentarnos a mirar cómodamente. Ese será el principio de la marcha atrás en el camino recorrido, seguro. Más altas y firmes eran las murallas de Bizancio y terminaron cayendo.
Comentarios