No resulta fácil a veces rellenar un espacio de opinión. Obviamente todo depende de la habilidad del opinador y también, por qué no, de la frecuencia de las colaboraciones, pero intentar buscar temas novedosos, que llamen la atención de la audiencia y a la vez lleven a la reflexión de forma recurrente puede resultar fatigante. Igual es por ello que algunos eruditos intelectuales prefieren ocultarse detrás de una capa de polémica y discordia casi cada vez que escriben en prensa, sin que esté claro que lo hagan por la profundidad de sus convicciones o por buscar una repercusión fácil e inmediata.
Uno de los ejemplos más claros de lo anterior es Javier Marías, escritor en el que la faceta de columnista pareciera haber fagocitado los muchos méritos que acumulan sus novelas. Se comienza despreciando a las redes sociales y a quienes las manejan, pero se termina viviendo de los clicks en los enlaces que realizan tanto detractores como partidarios, y en los tiempos que corren de revanchas y ofensa fácil resulta campo abonado atacar ciertas cosas, asegurándote el cabreo del personal y el correspondiente trending topic en la mañana de domingo yerma de noticias sustanciosas.
No se me ocurrirá nunca intentar ponerme a la altura intelectual ni literaria de Javier Marías, faltaría más, aunque sigo teniendo la gran duda de si tanta opinión faltona, clasista y en ocasiones carente de fondo, es resultado de un sincero ejercicio de reflexión o si simplemente es un atajo fácil y perezoso para encontrar repercusión inmediata. Haciendo un rápido repaso por sus últimas columnas Javier Marías se ha dedicado a atacar la ordenación del tráfico en Madrid (calificandola de dictatorial), el fútbol actual o el uso de términos como transversal o viejuno, mientras a la vez presume orgulloso de seguir utilizando el fax y una máquina de escribir Olympia. Pero la que me ha resultado totalmente lamentable es su columna de este último domingo en la que expone que la radicalización de la defensa de los derechos de la mujer está llevando a muchos hombres a evitar todo contacto con las género femenino.
Como diría aquel ex presidente que dábamos por amortizado y que ahora parece que vuelve a asomar: Mire usted Señor Marías, por ahí no. Y se lo dice un hombre que se ha criado entre mujeres, que estudió entre mujeres, y que trabaja y vive entre mujeres. Por supuesto que llevará su parte de razón en que llevar las cosas al extremo causa efectos negativos imprevistos en un primer momento, pero la forma de plantear el argumento le quita toda la validez. Aquello de alertar sobre el peligro de que haya hombres que están “evitando a las mujeres a toda costa” tanto en el ámbito profesional como personal me lleva a sospechar de las intenciones ocultas que puede haber detrás de ciertos acercamientos, porque cuando te aproximas a una mujer con respeto, sin sentimiento de superioridad y con sinceridad en las pretensiones lo normal es enriquecerte con el contacto.
En el fondo, y como en tantas ocasiones, se esconde aquí un cierto miedo a que las cosas cambien. A que ciertos grupos, minoritarios o no tan minoritarios, no molestan siempre que ocupen su sitio y no quieran salir del hueco que tradicionalmente vienen ocupando, en el caso la mujer las tareas domésticas y la sumisión al hombre. Algo similar a lo de que yo no soy racista, sino ordenado, eso que tantas veces se ha dicho en serio ocultándolo como broma y aquí no pasa nada. Luego viene un partido político de nuevo cuño, recopila todas estas bromas, las ordena seriamente en un programa electoral, y se convierte en el protagonista de la escena y en adalid de la reconquista de Granada, pidiendo mientras se convierte en piedra angular de cambios de gobierno que se eliminen las ayudas contra la violencia de género.
Cuidadito con algunas bromas que nos pueden salir muy caras, y cuidadito con lo que se opinan que igual deja traslucir misoginia con olor a rancio.
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